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¿Por y para qué seguir con la misma esfera de la educación en el siglo XXI? (página 2)



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Me refiero, por el contrario, a aquello sustantivo que
las marca a todas como objetos de conocimiento destinados a ser
transmitidos de una generación a otra. Es decir, en el
fondo de cualquier proceso educativo, en toda época, lugar
y circunstancia, hay dos aspectos que sobresalen sobre los
demás. El primero es cómo se enseña la
relación entre los seres humanos y el ecosistema. El
segundo es cómo se enseña la relación entre
los seres humanos. De la interdependencia entre estos dos
aspectos, o del cercenamiento de esta interdependencia, depende
la construcción del desarrollo sustentable. Si se
enseñan como interdependientes, se hace Educación
Ambiental, si no, pues, lamentablemente dejaremos nuestros
entusiasmos mudos. La Educación Formal de la Modernidad
está hecha para enseñar y para aprender que no
existe ninguna interdependencia. De ahí gran parte del
origen del problema ambiental global. Nuestra tarea está
signada por ese destino tan lleno de fruición y felicidad:
recuperar para la educación la interdependencia entre la
forma como concebimos y enseñamos la relación de
los humanos con el ecosistema y la manera en que concebimos y
enseñamos la forma en la cual nos relacionamos los humanos
entre nosotros. Es decir, la relación entre el ecosistema
y la cultura.

Y, entonces, cómo no, debemos preguntarnos esto
con respecto a los momentos actuales. Pero para ello, si no
deseamos naufragar, se hará indispensable entender
cómo ha sido la relación en los diferentes momentos
y lugares a través de la historia, entre estas dos fuentes
fundamentales de la educación en cualquiera época,
lugar y circunstancia. El ser humano es educación y la
educación es de época porque la cultura es una
estrategia que se adapta. Sin el análisis del devenir
histórico, jamás haremos Educación
Ambiental. La Paideia consiste en educar para la época.
Estaremos condenados a repetir esquemas cuya vigencia y esplendor
se dieron hace doscientos años.

Educar es, pues, transmitir una manera específica
de entender el mundo. Hemos llegado a la crisis ambiental actual
por medio de una manera específica de educar. Quizá
el aspecto más difícil de establecer es aquel que
está en la base de este asunto. Hemos educado, desde Kant,
con el trasfondo de una explicación del mundo que coloca
la subjetividad, lo individual, por encima de lo
sistémico, por encima de lo social. La subjetividad en
ciencias humanas, acatando a Kant y desconociendo el grito
sistémico de Hegel. El gran error de la filosofía
occidental ha sido considerar a Hegel como idealista. Lo
individual en ciencias naturales, apegadas aún a Darwin,
sin comprender el avance de la ecología que consiste en
establecerse como un mecanismo sistémico, en el cual cada
individuo cumple una función y, por ende, sus
características individuales están hechas de
acuerdo a esa función por cumplir.

El problema para Kant era serio. Coloquémonos en
1780. No porque hoy esté caduco, deja de haber
poseído una validez extraordinaria en su momento. La
libertad humana estaba seriamente cuestionada por la
teoría del Hombre Máquina. Es decir, la
teoría según la cual el ser humano obedece a unas
leyes tan precisas e inmodificables como las de la física.
Esta fue la convicción predominante en los Siglos XVII y
XVIII. Contra esta convicción reacciona Kant.

¿En qué consiste el Hombre Máquina?
En el Diccionario Filosófico, en la definición de
milagro, Voltaire dice: "Yo quisiera, en la búsqueda del
hombre, conducirme como lo hago en el estudio de la
astronomía; mi pensamiento se transporta a veces fuera del
globo de la tierra, por arriba de la cual todos los movimientos
celestes parecen irregulares y confusos. Y después de
haber estudiado el movimiento de los planetas como si estuviera
en el sol, confronto los movimientos aparentes que yo veo desde
la tierra con los movimientos reales, que vería si
estuviese en el sol. Yo trataré del mismo modo, estudiando
al hombre, de colocarme primeramente fuera de su esfera y fuera
de sus intereses, y deshacerme de todos los prejuicios de
educación, de patria, y sobre todo de los prejuicios de
los filósofos". El mismo Voltaire, en El Filósofo
Ignorante, asevera: "Nada hay sin causa; un efecto sin causa no
es sino una palabra absurda. (….) Sería, en efecto,
singular que toda la naturaleza, que todos los astros obedecieran
a leyes inmutables, y que hubiese un animal de cinco pies de
alto, el cual, a despecho de estas leyes, pudiera obrar siempre
como le plazca, a talante de su capricho. Él
obraría al azar, y se sabe que azar no es nada. Nosotros
hemos inventado esta palabra para expresar el efecto conocido de
cualquier causa desconocida. Mis ideas forman parte
necesariamente de mi cerebro, ¿cómo, pues, mi
voluntad, que depende ellas, sería al mismo tiempo
necesidad y libertad? Siendo siempre las mismas leyes de la
naturaleza, mi voluntad no es más libre que todas las
otras cosas naturales".

Debemos agradecer siempre a Kant el habernos sacado de
allí. Es, debo admitirlo, uno de los pocos aspectos en los
cuales prefiero a Kant por encima de Voltaire. Pero no es un
aspecto desdeñable ni mucho menos. La libertad es
consustancial a lo humano. ¿Por qué? Precisamente
porque lo humano es educación. Pero la libertad no nace de
la subjetividad, de la mente humana, de lo individual. Al
revés, parte en cuanto a libertad de época de un
consenso social y, en cuanto a la libertad ontológica,
proviene de la transformación del ecosistema al el ser
humano ya no ser parte del ecosistema y haber renunciado a tener
nicho o función eco sistémica alguna. No todo lo
humano es de época. La libertad y la conciencia humanas
nacen cuando los humanos salimos del nicho. Es esta la distancia
fenoménica que nos separa del nicho. Es lo que denominamos
alma, espíritu, psique, conciencia, autoconciencia, etc.
Sin embargo, para preservar la libertad humana ante el embate de
los reduccionismos, Kant estableció dos aspectos que, con
el paso de los siglos, resultaron nefastos desde la perspectiva
ambiental y que se constituyen en uno de los núcleos
referenciales de la crisis ambiental actual. Una de las pocas
posibilidades para que el desarrollo sustentable se convierta en
realidad está en cuánto tiempo nos detengamos a
reflexionar sobre estos dos aspectos, en cuanto cuidado pongamos
en su análisis.

Por supuesto, en qué decisiones al respecto
tomemos.

Dos, pues, son los aspectos del trasfondo de la
Educación Formal occidental desde hace doscientos
años, dominada por Kant. El primero de ellos consiste en
que la libertad humana está enraizada en la
individualidad, no en la sociedad. El segundo de ellos consiste
en la separación tajante entre el ecosistema y el ser
humano. Alega Kant que el ecosistema no es libre y el ser humano
sí lo es. Por lo tanto, concluye, son objetos de estudio
distintos. No hay tal Hombre Máquina que obedezca las
leyes de la física porque las ciencias naturales no sirven
para explicar la libertad humana, es el argumento central de La
Crítica de la Razón Pura. Es cierto. Lo llamamos
reduccionismo. Pero no es cierto que el ser humano, con su caudal
de libertad, no sea parte de la naturaleza.

Lo que logró Kant fue separar las ciencias
humanas de cualquier reflexión sobre las conclusiones de
las ciencias naturales. Ante este gran vacío, las ciencias
naturales se han sentido con el derecho a invadir el
ámbito epistémico de las ciencias humanas. La gran
meta de la Educación Ambiental, en cuanto a contenidos,
está en incluir las ciencias humanas dentro de su
ámbito, pues hasta ahora se ha remitido a las ciencias
naturales. Sin duda las ciencias naturales son absolutamente
indispensables para la Educación Ambiental, pero no son
suficientes. Antes de que hubiera ser humano alguno en esta
Tierra, existía un orden. Un orden sobre el cual se ha
construido el ser humano. La racionalidad humana ha sido forjada
en el transcurso de cinco millones de años por su
penetración en los mecanismos del ecosistema, no es algo
exógeno a la relación de la cultura con el
ecosistema. Eso no significa que sea parte del ecosistema. Por el
contrario, hoy sabemos que la libertad humana es parte de la
naturaleza, aunque no parte del ecosistema. Todo lo humano es
parte de la naturaleza.

Kant separó el ecosistema y el ser humano. De
ahí que las universidades europeas desde 1850, más
o menos, dividieran los saberes. Nuestras universidades
replicaron en Latinoamérica el esquema kantiano. La
división, la ruptura, entre ciencias naturales y ciencias
humanas es tajante. Incluso arquitectónicamente las
universidades separan los saberes cuyo objeto de estudio es el
ecosistema, que llamamos ciencias naturales, y los saberes cuyo
objeto de estudio versa sobre el ser humano, que llamamos
ciencias humanas. Las ingenierías, como ciencias naturales
aplicadas que son, están en las zonas poco cercanas a las
ciencias humanas.

La Educación Ambiental comienza cuestionando esa
separación artificial de lo que ha de enseñarse. El
mundo es una miríada de objetos de estudio
interdisciplinarios. Así funciona. Tal separación
artificial, adoptada por la Modernidad a partir de Kant, era
necesaria en el siglo XIX y respondía a lo que la ciencia
había avanzado. Pero, sinceramente, no parece ser el caso
de nuestros días. No podremos construir un desarrollo
sustentable si nuestra base de análisis consiste en que el
ser humano no es parte de la naturaleza. La fractura real de la
interdisciplina, su germen, está en esto, ya que nos
obliga a no dialogar entre las ciencias naturales y las ciencias
humanas. El ambientalismo es la interdisciplina. Sin
interdisciplina no haremos Educación de Época. Toda
ciencia tiene cabida en el ambientalismo porque cada una estudia
un pedazo de lo sucedido desde el Big Bang. Las ciencias son
complementarias.

Desde la individualidad como mecanismo básico
para afrontar el estudio de las ciencias naturales es imposible
ejercer la Educación Ambiental. La individualidad conlleva
el concepto de la prevalencia del más fuerte. Este
concepto darwiniano ha sido llevado a la condición humana,
ejerciendo un nefasto correlato político que conduce a
creer en la superioridad genética de unos humanos sobre
otros y a la opinión de que los países o individuos
más fuertes tienen el derecho a avasallar a los más
débiles. La ecología ha refutado esta manera de
entender las cosas. El ecosistema tiene un orden, un orden previo
a la primera huella del primer humano, que no se deriva de la
subjetividad humana como pretende la gnoseología
postmoderna en su candidez metafísica. He de decir con
transparencia y franqueza, Yo sí estoy seguro de que el
Sol no gira alrededor de la Tierra. Yo sí estoy seguro de
poder confiar en la ciencia, mientras cada ciencia no se aparte
de su objeto de estudio. La falta de interdisciplina conduce al
reduccionismo.

El fluir del mundo no se deriva de la competencia donde
impera el más fuerte sino que proviene de la
colaboración, puesto que se estructura en la
complementariedad inherente al hecho de que ningún
individuo, eco sistémico o humano, sobreviviría por
sí mismo. Es más, ni siquiera encontraría
atisbos de sus ejes constitutivos. Ya no sólo el
ecosistema y la cultura, sino el Universo todo, funciona de forma
sistémica, no por competencia sino por
colaboración, no por seres individuales sui generis sino
por estadios evolutivos.

Estadios evolutivos que, dentro del Método
Ecosistema y Cultura de Augusto Angel, llamamos Emergencia
Evolutiva. Es este concepto, este entender el asunto, lo que nos
permite estar ciertos de una cosa: el ser humano es parte de la
naturaleza en equiparables condiciones a las piedras, al aire, al
agua, a los árboles y a los animales. Son estadios de un
mismo proceso que viene desde el Big Bang, en cuyo sucederse se
hace compleja la materia. La certeza de la conciencia que cada
uno de nosotros tiene, la certeza, digo, de que estamos
aquí, en este evento, en este sitio del mundo, o sea
aquello que nos otorga la categoría de humanos y no de
piedra, aire, agua, flora o fauna, no es un don metafísico
sino el último producto de la naturaleza.

La complejización de la energía ha
devenido de la siguiente forma, según la entendemos hoy en
día. La primera Emergencia Evolutiva es el paso de la
energía sin materia a la energía con materia, que
llamamos Big Bang. A partir de allí, en ese estadio
evolutivo, se construyeron los 92 elementos que están en
la raíz de todo el Universo. Por eso Zenón de
Citum, el fundador de los Estoicos, tiene razón al afirmar
que "Nada hay mejor que el Universo". Esto duró diez mil
millones de años. La segunda Emergencia Evolutiva consiste
en la unión de esos 92 elementos químicos. Se
construye, pues, la materia tal como la conocemos. Por ejemplo,
el agua es la unión del hidrógeno con el
oxígeno. Es decir, se complejiza la energía.
Complejizar significa que la energía adquiere nuevas
maneras de desplegarse. La tercera Emergencia Evolutiva es la
vida, que supone unas condiciones del biotopo, es decir de la
complejización de la materia como se había
constituido hasta ese momento. La Cuarta Emergencia Evolutiva es
la cultura. O sea, el ser humano. Son las condiciones
específicas brindadas por estos miles de millones de
años previos a lo humano, lo que permite que el despliegue
de la energía alcance la autoconciencia, el
espíritu, el alma, etc… Todo este andamiaje, construido
durante miles de millones de años, que llamamos
día, que denominamos nuestra vida, está construido
piso por piso, peldaño por peldaño. Ni la vida eco
sistémica ni la cultura florecen donde los estadios
previos se establecen de una determinada manera, como en Marte
hoy en día. Por el contrario, exigen un equilibrio
específico del orden en que se establecen los estadios
previos a la vida y a la cultura. Hay un orden anterior a la
aparición de la especie humana. La misión de la
Educación Ambiental es preservarlo porque de él
venimos, sobre él nos hemos construido
ontológicamente, por él somos época, de
él dependemos.

Cada Emergencia Evolutiva establece un orden distinto.
La Educación Ambiental se constituye con base en el
respeto a los peldaños anteriores a los humanos. No nos
anima la filantropía conservacionista sino la fuerza de
los hechos. Sin preservar lo que la naturaleza construyó
antes de que los humanos camináramos por este planeta, sin
respeto amoroso por la fauna, por la flora, por el agua, por el
aire, por los átomos, por sus millones de años
disponiendo en el planeta Tierra un orden de esta
específica manera y no de otra, el futuro de la especie
humana es de involución. La promesa falsa sobre la cual se
construyó la Modernidad ha caído. Ni los recursos
del planeta ni la libertad humana son infinitos. La Modernidad se
parece a un ingeniero cuyo deseo es mantener en su sitio la parte
más alta de la Torre Eiffel, que él considera el
ser humano. El problema, habrá que advertirle, consiste en
que ejerce la tarea mediante un procedimiento poco apto:
derrumbar los peldaños anteriores, derrumbar lo que
sostiene en su sitio la parte más alta. Procedimiento
teórico y práctico que consiste en separar el
ecosistema de la cultura. Es común llamar naturaleza al
ecosistema, con el peso tácito de no considerar al ser
humano parte de la naturaleza. No otra cosa hizo Kant.
¿Para qué educar en el siglo XXI?

¿Para una necesidad y un avance de la ciencia de
los siglos XVIII y XIX?

Consecuencias múltiples trae esto, consecuencias
en todas las disciplinas del conocimiento. Mostraré unas
pocas entre las que atañen a la Educación Formal y,
por su medio, por igual a las distintas ramas del saber. Primero,
la falta de interdisciplina tanto en el currículum como en
el pensum de la Educación Formal. Este es un tema que me
preocupa profundamente. Sin interdisciplina curricular, el pensum
nos alejará de la Educación Ambiental. Esta
situación exige que tomemos una decisión con
respecto a qué características nos posibilitan
afirmar que estamos llevando a cabo una Educación
Ambiental para nuestra época. Es un dilema planteado desde
la década de 1970. Se trata de definir si la
Educación Ambiental es una materia que ha de
enseñarse por sí sola o si es una perspectiva
pedagógica que ha de permear las distintas materias. No es
este el punto central. Allí no influimos más que en
el pensum y nos olvidamos del currículum.

Aprender a educar consiste en saber por
qué se enseña lo que se está
enseñando. De allí se derivan la forma de
enseñar, los contenidos y lo lúdico del proceso de
aprendizaje para el educando. En ello residen la eficacia
individual del ejercicio de educar, o sea que el alumno aprenda,
y la eficacia social, o sea que lo enseñado sea
útil a la época. La educación actual no se
renueva, en los básico de su propuesta curricular, desde
hace doscientos años. Es decir, el curriculum de la
Modernidad está hecho contra la interdisciplina. Es decir,
la universidad de la Modernidad se diseñó contra la
Educación Ambiental. El currículum del siglo XXI ha
de ser para la interdisciplina, no contra ella. Ha de ser
Educación Ambiental. Paideia y Educación Formal han
de ir de la mano, época y Educación Formal han de
ir de la mano. Sea denominada Educación Ambiental o de
otra manera. ¿Por qué? Fácil. La cultura es
una estrategia adaptable. La cultura se basa en la Paideia. El
ser humano, repito, es educación. Cuando las
circunstancias ecosistémicas demandan un cambio en la
cultura, una civilización tiene dos alternativas: o cambia
o sucumbe. De ahí la especial importancia de época
que tienen los educadores ambientales. Su labor consiste en que
nuestra época, nuestra civilización, cambie antes
de que sucumba. Si la Educación Ambiental no triunfa, la
humanidad volverá al nomadismo en pocos siglos. Es la
ciudad, su inercia entrópica y su esplendor
antrópico, lo que está en juego en la presente
crisis ambiental global. No es la supervivencia de la vida ni de
la humanidad. Nuestras convicciones no son hijas de la histeria
sino de las convicciones racionales con las cuales se ha de
afrontar un problema. No es seguro que, como especie, estemos a
la altura de las circunstancias.

Educamos para una época que ya no existe. La
misión de la Educación Ambiental es esa: hacer que
el proceso de aprendizaje corresponda a su época. En ese
momento, cuando eso logremos, se convertirá en Paideia.
Cuando la humanidad no ha logrado que su educación
corresponda a su época, las civilizaciones han sucumbido.
No es la excepción lo que sucede hoy. La
civilización, tal como la conocemos, se acabará si
continuamos educando para el siglo XVIII y no para el siglo XXI.
Los párrafos finales de la Crítica de la
Razón Pura reflejan la situación actual. Asevera
Kant que su método "crítico" es para siempre, que
no se puede modificar y que el futuro de la humanidad depende de
su acatamiento. Ya que no es cierto. La Educación
Ambiental consiste en enseñar que el ser humano es parte
de la naturaleza y que, por ende, es responsable con respecto a
ella como un eje constitutivo de su de existir y no sólo
de su posibilidad de existir. Los humanos somos así,
libres y conscientes, porque somos parte de la naturaleza. No
somos unos extraños en este planeta, como lo pretende la
post modernidad heideggeriana. Es la Madre Tierra la que nos
construyó. Aprendamos eso, no eludamos sus consecuencias,
y seremos educadores ambientales del siglo XXI.

Ser inteligente no es sinónimo de
saber pensar. Si no se desarrolla la capacidad de pensar, el
coeficiente intelectual alto no tiene sino valor
anecdótico", lo explica el "pensamiento
lateral".

Gracias por su
atención.

Autor:

Dr: Alejandro Barba Carrazco

Mayo, 2007 Los pinos México .D
.F.

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